El virus del populismo
Por: Mario E. Fumero
La democracia en Latinoamérica está sufriendo una gran alteración, debido a un fenómeno que ha surgido con fuerza, y que cada vez se generaliza más, se llama el virus del populismo político.
Tristemente las iglesias evangélicas se han dejado arrastrar por este virus, el cual altera la realidad y la perspectiva de lo que debe ser una convivencia pacífica, en donde los principios democráticos deben prevalecer sobre las falsas ofertas, para evitar, por todos los medios, el surgimiento de un poder absolutista, que tristemente sumerge a los países latinos en una mayor pobreza.
No podemos ignorar que la política moderna se basa en el engaño y el fraude, y muchos líderes religiosos se prestan a ello, quizás por ser ilusos, o porque buscan también su propio beneficio, sin darse cuenta, que todas estas filosofías mesiánicas de supuestos políticos, que puede redimir a los países de la miseria, siempre han existido, porque la pobreza, injusticia y corrupción son males endémicos que se han manifestado a todo lo largo de toda la historia de la humanidad, porque Jesús afirmó que a los pobres siempre los tendríamos con nosotros (Mateo 26:11).
Las iglesias deben evitar, por todos los medios, prestarse para caer en el engaño de los populistas, o de los políticos iluminados, que se escudan en Dios para lograr sus ambiciones humanas, y proponen una filosofía que elimine los males endémicos que siempre han dominado a la humanidad. Es imposible que hombres corruptos puedan ejercer políticas rectas, porque de la abundancia del corazón, habla la boca (Mateo 12:34).
Si miramos el panorama latinoamericano, vemos los brotes de corrupción política por todos lados, y no se escapa nadie. Desde la Patagonia, hasta México, los escándalos políticos salpican a todos los países, principalmente en el campo de la corrupción, y la mejor posición que podemos adoptar en estos momentos es mantenernos al margen de las ambiciones humanas, y no hacerle el juego al populismo.
Todos los líderes evangélicos sabemos que no puede haber un sistema justo con hombres pecadores y corruptos, y que de haber un político íntegro, le sería difícil subsistir en medio de tanta corrupción e injusticia, por no decir imposible. Tratar de ser íntegro en medio de los sistemas humanos podridos, es semejante a tratar de caminar, vestido de blanco, por un pantano, sin mancharme la ropa. Sería un iluso si creyera que hombres sin valores morales puedan producir cambios profundos. Es más, ni por medio de leyes radicales podríamos regenerar los males existentes, porque estos males están muy adentro del hombre, nacen en el mismo corazón y por lo tanto, si no nacen de nuevo, no podrán cambiar nada.
Cuando Jesús defendió a la mujer ramera de los que la querían apedrear, les dijo a sus retractares que el que estuviera libre de pecado (adulterio) lanzara la primera piedra… (Juan 8:7). ¿Y qué ocurrió? Nadie tiró la piedra. ¿Por qué? porque todos eran adúlteros, y muchos se habían acostado con la mujer señalada. Lo mismo pasa en el campo político ¿Qué político es honesto en estos países? Todos llegan al poder pobres, y salen ricos. Todos se aprovechan del poder para beneficio propio, o de sus allegados y familia. Todos prometen lo que nunca cumplen, por lo que son mentirosos y engañadores. Confiar en ellos es algo abstracto, engañoso y falso. Como cristianos, debemos reconocer, como lo hizo la iglesia primitiva, que somos un reino dentro de otro reino, y no podemos cambiar al hombre a menos que estos busquen un nuevo nacimiento, y por lo tanto, no podemos hacer yugo o pactos con los incrédulos (2 Corintios 6:14).
Frente al panorama sobrio latinoamericano, la mejor posición que pueden adoptar los líderes de las iglesias, es mantenerse al margen de las luchas y ambiciones de los políticos, y no hacerle el juego al populismo, porque como dijo el apóstol San Pablo, vivimos tiempos peligrosos (2 Timoteo 3:1), y lo que proféticamente tiene que ocurrir, ocurrirá, y no podemos cambiar el designio divino.
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