Morder la mano

Perdonen las cuatro noches

Por: Gabriela Castellanos

Disculpen, a los 24 honorables funcionarios, diputados, alcaldes, exministros y demás distinguidos ciudadanos que, con nuestra grosera terquedad, abrimos líneas de investigación, contra insignes figuras que han rectorado las fibras vitales de la política nacional: tendré que decir que la acusación falsa que intentaron perjudicarlos. No ha lugar. Nada es verdad. Disculpen, esas cuatro noches que mal durmieron en los batallones vulnerables de un buen anfitrión y de mala servidumbre. Disculpen si la jueza, en un arrebato de trastorno, los acusó de lavado de activos, una aberración jurídica que engendró alguna persecución política.

Disculpen si la gente los señaló, que nuestra sociedad está profundamente enferma. Y esta anomalía no es otra que la desvalorización de ellos mismos que sienten envidia, egoísmo por el dinero, la ganancia oportuna, el placer superfluo y el poder.

Disculpen si los privamos de sus manjares, de sus sábanas de seda, de sus luces tenues para el confort en el descanso del crepúsculo.

Disculpen por el maltrato de esos policías rústicos que los llevaron en brazos y les taparon sus rostros tersos, con abrigos, que algún vigilante de la corte les prestó, y ustedes allí, soportando esos enjambres venenosos de la prensa, que les querían difamar con sus cámaras cruzadas en el pecho a fin de acribillarles de falsas injuria.

Disculpen esas cuatro noches que no pudieron dormir, que no pudieron soñar, ni tampoco pensar por ese maldito insomnio de la justicia.

Disculpen parlamentarios, sin importar su experiencia cabal en el deber de la patria, porque ya hace 36 años fueron interrumpidos durante cuatro días, donde se perdieron grandes aportes a la nación, que tanto extrañó sus oxígenos de cordura y acrisolada honradez.

Disculpen por la luna que no fue de miel, sino de hiel, de soledad y hastió.

Disculpen que los hayan usado para el laboratorio jurídico de una ley infame que la culpa de invenciones y tecnicismos de la porfiada voluntad de la imparcialidad.

Disculpen el abuso de las leyes, que cada vez más se ahoga en la soledad de sus magistrados. Dure lex sed lex. La ley es dura, pero es la ley.

Disculpen esa larga lista de evidencias previas, que no llegó a constituir en ningún punto una exactitud suficiente que permitiera una legítima protección de la verdad.

Disculpen porque Pandora no existe. Eso fue solo una complejidad del entramado de la sospecha en la que se construye ideas falaces.

Disculpen mi psicopatología individual, surgida de mi naturaleza moral, algo retorcida contra la impunidad que me produce la tolerancia y el olvido, frente a tanta corrupción.

Disculpen ya que estoy avergonzada, apenada y sin aliento por haber causado con mi testarudez la ingrata actitud de ver en la cárcel a los corruptos de cuello blanco.

Disculpen la audacia de querer cambiar la historia de la impunidad.

Discúlpenme si esto infringe la ley de la contradicción: prometo nunca más leer dialéctica, ¿a cuenta de qué?, si la libertad la dicta un juez.

Perdonen porque quien no perdona es condenado a vivir en su propio infierno… Y este pueblo ya lo conoce.

Disculpen si hoy más que nunca debemos luchar contra una trama mafiosa de narcopolíticos que tienen secuestradas las instituciones políticas hechas de cartón y que no han podido ser independientes desde ya hace mucho tiempo, y que muchos de los diputados que han entrado al Parlamento hondureño llevan esa mentalidad de seguir jugando al juego de la silla y continuar con las mismas costumbres. ¿No se han dado cuenta aún, que el pueblo ya no es el mismo?

Disculpen las cuatro noches… Soy testaruda y quiero y siento que esto debe de cambiar

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