El papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y jesuita, falleció este lunes 21 de abril a los 88 años, tras no lograr superar una grave neumonía que lo mantuvo convaleciente durante semanas. Su muerte, ocurrida a las 7:35 a.m. en su residencia de la Casa Santa Marta, fue confirmada por el Vaticano, marcando el inicio de la Sede Vacante y de una jornada de profundo luto mundial.
El líder católico falleció a los 88 años tras no superar una grave neumonía. Su encíclica “Laudato Si’” marcó un antes y un después en la conciencia ecológica de la Iglesia y del mundo.
Con un estilo pastoral cercano, lenguaje sencillo y gestos que rompieron con siglos de formalismo, Jorge Mario Bergoglio se propuso transformar una Iglesia muchas veces distante en una institución más humilde, abierta y compasiva. Desde su elección en 2013, Francisco buscó renovar las estructuras internas, atacar frontalmente los abusos y escándalos financieros, y poner a los más pobres, migrantes y excluidos en el centro del mensaje cristiano.
“Nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valor y amor universal”, expresó el camarlengo, cardenal Kevin Joseph Farrel, al anunciar su fallecimiento en un video transmitido desde la capilla de la Casa Santa Marta.
Francisco enfrentó resistencias internas, pero avanzó con reformas al Vaticano, promovió una mayor sinodalidad —es decir, una Iglesia que escucha, dialoga y camina junta—, y tendió puentes con otras religiones y sectores antes alejados. Su liderazgo no fue solo espiritual, sino también moral, tocando temas globales como la migración, la desigualdad, la guerra y el medio ambiente.
En este último aspecto, su encíclica Laudato Si’ (2015) marcó un hito: un llamado urgente a cuidar la “casa común” frente al deterioro ambiental, el cambio climático y el consumo desenfrenado. Con ella, Francisco colocó la ecología integral como parte esencial del compromiso cristiano y movilizó a millones en favor del planeta.
A pesar de su delicado estado de salud, el domingo apareció por última vez en el balcón de la basílica de San Pedro para dar la bendición Urbi et Orbi. Recorría la plaza en papamóvil, saludando y bendiciendo, conmoviendo a quienes lo vieron despedirse de manera silenciosa, pero profundamente simbólica.
El pontífice deja una huella indeleble en la historia de la Iglesia y del mundo: la de un pastor que eligió la sencillez, que habló con franqueza, y que, hasta el último momento, trabajó por una Iglesia más viva, transparente y comprometida con los grandes desafíos del siglo XXI.