La precariedad laboral, una realidad que nos asfixia

La situación de Honduras y el ejemplo de la ESM

Por: OSCAR URTECHO/PSICOLOGO, INVESTIGADOR SOCIAL

Honduras está en ruinas. Caminamos entre los escombros de un sistema judicial hecho a la medida de los corruptos y su show, hasta el cemento de las obras derruidas en las calles nos recuerda que nos han robado.

La pobreza (el 64% de los hondureños) es visible en los niños que piden en las calles y en los ancianos privados de seguridad social, no hay orden (ni siquiera en el tráfico vial) o ley que se cumpla para bien de la gente. El sistema de salud está colapsado, las ciudades, sobre todo las “grandes”, son violentas, inseguras y caóticas, y la tasa de desempleo abierto es del 6.7% de la población económicamente activa, 273,496 personas buscan trabajo y no encuentran. La pobreza (extrema en más del 40%) obliga a la gente a convivir en una especie de darwinismo donde importa sólo la sobrevivencia propia y la del núcleo familiar, el día a día y no el futuro, donde las personas poco o nada perciben que son miembros de una sociedad que necesita estar bien para que ellas estén bien. Han aprendido que los políticos sólo buscan su voto y que pueden recibir bonos o comida a cambio de él. Creen ingenuamente que no importa quién gobierne porque al final “el pobre lo que tiene que hacer es trabajar para vivir”, con esta inocencia eligen presidentes que en el ejercicio se vuelven de izquierda y toman decisiones irresponsables, o derechistas que predican la obsoleta dictadura del libre mercado y mientras tanto se adueñan del Estado, sus empresas y la justicia que debería perseguirlos. Víctimas y victimarios de esta estructura social también son los gremios. Médicos, transportistas (el caso más reciente), profesores y otros más llevan sobre sí el peso culpable de haber peleado demasiado por el bienestar de su reducido grupo y menos por el de la sociedad en general.

Sin embargo, todas sus conquistas gremiales son pírricas, igual que el dinero que se roban los corruptos o el que almacenan los empresarios sin alma que sólo piensan en maximizar sus ganancias. De poco sirve esto si la sociedad se cae a pedazos y es hostil para el desarrollo de una vida digna, si aquí se extorsiona y asesina para acompañar el desayuno, si se vive con temor o contando la experiencia del último asalto. Los poderosos no pueden caminar sin sus caros y casi siempre inútiles guaruras, sin miedo a ser secuestrados o víctimas de una población resentida por la inhumanidad en que se le ha arrinconado. Esta es la sociedad en que vivimos, en esto hemos dejado que se convierta nuestro país. Es momento de buscar opciones, es fundamental crear modelos de desarrollo propios o aprender de los que han funcionado en otros países y adaptarlos para cambiar nuestra realidad. Y creo que la economía social de mercado (esm) es un modelo del que podemos aprender.

La ESM adquirió reconocimiento internacional por ser el ordenamiento económico y social que permitió a Alemania salir de la crisis que dejó la Segunda Guerra Mundial. Según Jorge Rodríguez Grossi, es un sistema que respeta el mercado y sus libertades, pero también procura la equidad y la justicia social con un orden político democrático y un Estado confiable que interviene para bien de la población (la consigna es “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”). Con esta premisa, es inútil ver la realidad como quieren vendernos la de Honduras: polarizada entre una izquierda ciega, de caricatura, que no es capaz de leerse autocríticamente y tiene una colección de fracasos más grande que la del Coyote con el Correcaminos, y una derecha que predica la religión del libre mercado y anatemiza la intervención del Estado como un pecado más grande que el lento asesinato de miles de hondureños que padecen hambre o no tienen medicinas. No es en el triunfo de una u otra de estas facciones ficticias que está el desarrollo de Honduras, es en lograr una cohesión social que permita a todos los sectores trabajar en sinergia que está la clave de un mejor futuro para nuestra nación.

Por años nos han repetido que lo más importante es el crecimiento económico que debe reflejarse en unos números bonitos llamados indicadores. Se ha dado prioridad al mercado y las transacciones sobre las personas, y esto ha generado una sociedad construida desde un canibalismo economicista donde cada uno busca sólo su bienestar y no le importa si para lograrlo tiene que pisotear a los otros. Esta visión es capaz de justificar los peores crímenes contra los congéneres. Quienes idearon la ESM sabían que para sostener el crecimiento y garantizar la sobrevivencia pacífica de cualquier sociedad debe reconstruirse el sistema económico desde el ser humano y para el ser humano. Por eso sus principios socio-políticos fundamentales están cargados de un profundo contenido filosófico heredado de los valores del humanismo cristiano: la responsabilidad personal, la solidaridad y la subsidiariedad. Es claro que en Honduras hace falta que cada uno asuma la responsabilidad por sus actos libres (no debe darse espacio al empresario explotador, el trabajador negligente o el político corrupto), cuyo ejercicio debe ser garantizado por el Estado, que la solidaridad es necesaria de forma inmediata para ayudar a los miles de hondureños que el sistema tiene en la miseria y que desde las estructuras estatales debe implementarse el principio de subsidiariedad y fomentar la autosuperación para garantizar el progreso en la escala social y la calidad de vida. Debe procurarse diligentemente la dignidad de la persona humana. Pero esto no podrá lograrse mientras la democracia esté neutralizada por unos pocos que desde el poder controlan toda la riqueza del país y sus instituciones, robándoles a las mayorías sus oportunidades de desarrollo.

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