Infantilismo diputadil

Infantilismo diputadil

Por Juan Ramón Martínez

A Beatriz Valle, le corresponde el desgraciado honor de haber introducido en el Congreso el irrespeto infantil, con olor a orines de niñas que todavía usan pañales. Con pitos, en vez de palabras en un retroceso del “homo sapiens”, popularizó la protesta incivilizada, la malcriadeza inmerecida y la auto ofensa, a una función que por su representatividad merece el mayor de los respetos. Después el “Chele” Castro, inauguró en un proceso indetenible hacia el irrespeto, la gritería, la ofensa a pecho abierto y la ordinariez, como “fórmula” de comunicación en un recinto creado para debatir ideas, cruzar ironías e incluso agresiones verbales, sonoras, ingeniosas, inteligentes. Después, un descendiente de Olanchito –la “ciudad cívica”, la de los maestros inolvidables que enseñaban que ante la patria debíamos deponer enojos, enconos y malacrianzas– diputado por Colón, cuyo nombre no quiero mencionar para no ofender a los educadores olanchitenses, se atrevió en un comportamiento inaudito que habría escandalizado a Ramón Amaya Amador y a Dionisio Romero Narváez a quemar ejemplar de la Constitución de 1982. Siguiendo las enseñanzas de su mentor Manuel Zelaya, que afirmó en el 2009 que la Constitución había sido violado tantas veces que a él le correspondía el momento de hacerlo impunemente. Como lo hiciera cuando joven garañón, en los valles de Lepaguare, que no dejó a una niña pobre y guapa con su virginidad incólume. Hasta que raptara a la joven Xiomara Castro, a la que no dejó que terminara la secundaria siquiera.

Pero ahora es un abogado, –exfiscal del Ministerio Público para más señas–, el que continua la escalada de irrespeto al Congreso y rompe de una vez para siempre el respeto a los votantes que hacen de los diputados, magistrados suyos. Como niño que todavía orina parado y sin quitarse los pantalones, enciende petardos para producir “molotes” y miedos entre sus colegas. Uno de los cuales, le dio una justiciera trompada a Jari Dixon, que muestra en la cara que, además de irrespetuoso, es cobarde por no defenderse como corresponde a un hombre de verdad. ¿Quién seguirá en este proceso de irrespeto al Congreso? La “bombonera” envejecida, el diputado Sabillón que grita desaforado su idolatría hacia JOH, no tiene empaque para hacerlo. Sin duda vendrá otro, antes que los soldados avergonzados capturen a los irrespetuosos y ejemplarmente los introduzcan en la cárcel de Lepaterique, en donde todos los que circulan por la calle en donde está situada, le ven el rostro avergonzado a los transgresores de la ley.

Aunque a algunos les parezca esto motivo de mofa y risa, es una indicación de la debilidad del sistema democrático. El que los diputados pierdan la compostura y en vez de discutir con sólidos argumentos y templanza democrática, se agarran a sopapos, es para preocuparse. Porque si los diputados no se respetan a sí mismos, como van a invocar el apoyo popular cuando más de alguno de los caudillos que tenga ánimos similares a los de Manuel Bonilla que en 1904, envió a la Policía –dirigida por el estadounidense Lee Christmas– a capturar a los diputados de la oposición que le faltaban el respeto al presidente de la República; entren y esposados, los lleven a pie a Támara para dar un ejemplo de los enojos de la soberanía popular.

Es evidente que hace falta un código ético que oriente a los diputados. No solo en las vestiduras que Landaverde y Matías Funes –por motivos diferentes–, se presentaban “semidesnudos” como decía “Pachico” Lozano que, siempre anduvo de saco y corbata en Olanchito, incluso en los veranos en que la temperatura alcanzaba grados insoportables. El primero por simple desobediencia, y el otro, porque no encontraba camisa que contuviera su amplio cuello, permitiéndole usar corbata. Nadie pensó que estas inocentes rupturas de las fórmulas simbólicas de la vestimenta de un diputado, inauguraran el irrespeto que un día de esto, terminará incendiando al Congreso y obligando a los diputados a reunirse a las orillas del río Chiquito o en las ruinas de la antigua PC en el Barrio Abajo, “el más bajo de Tegucigalpa”, como decía un nicaragüense, “porque allí estaban los juzgados”.
Algo tenemos que hacer. De repente, no elegir a los mal nacidos. Prefiriendo a sus madres, que con todo y su mala reputación son más dignas y respetables.

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