Por Segisfredo Infante
Con tantas medias verdades. Con tantas informaciones y desinformaciones nacionales e internacionales. Con tanto veneno de “mamba negra” contra un pequeño, frágil e indefenso país como Honduras, ya va siendo hora de esclarecer algunos puntos conceptuales y de formular algunas preguntas vitales, que podrían ayudar a decidir la suerte nacional de esta zona intermedia y orillera del planeta, donde sufren los más pobres y la clase media en general, que dicho sea de paso exhibe, esta última, muchas ambigüedades y contradicciones ideopolíticas. Pero también sufren los empresarios bienintencionados y algunos dirigentes políticos, cuadros intermedios y de base que son, por principio de cuentas, personas honestas, que poco o nada tienen que ver con aquellas causas ocultas que producen las amarguras y los venenos de cada semana y de cada mes.
No es nada casual que utilice en el párrafo anterior el concepto fraseológico de “zona intermedia y orillera”. De hecho lo que hoy es el territorio de la República de Honduras se ha localizado, desde muchos siglos antes de la llegada de los españoles, entre los confines sureños de Mesoamérica, y los linderos de aquello que los antropólogos y arqueólogos han bautizado como “área intermedia”, en donde han coincidido los intereses confrontados de los pueblos del norte, con los intereses demográficos contrapuestos de las comunidades andinas de lo que hoy es América del Sur. Las mismas cuatro tribus lencas, localizadas predominantemente sobre el área mesoamericana de lo que actualmente es Honduras, exceptuando, en gran parte, el viejo territorio de los “Huilachos” (hoy Olancho y Gracias a Dios) recibieron grandes influencias culturales de los grupos del centro-norte de México; con la diferencia que lingüísticamente hablando, según Atanasio Herranz y otros investigadores serios, las lenguas y dialectos lencas son de origen “macrochibcha”. Esto significa que los lencas y los tawuakas asentados sobre la vasta zona de La Mosquitia hondureña y nicaragüense, para sólo mencionar dos grupos, eran poblaciones procedentes de América del Sur. Así que Honduras siempre fue un punto de encuentro, comercial pero también violento, de las culturas prehispánicas del norte con las culturas del sur. Por eso el concepto geográfico y cultural de “área intermedia”.
Con Marcos Carías Zapata aprendimos que encima de la problemática anterior, llegaron los conquistadores españoles de Cuba y del centro-norte de México, a enfrentarse mortalmente en la “Provincia de Honduras”, con los conquistadores que provenían del sur, es decir, de Santo Domingo y Panamá. Los primeros mestizos y castizos hondureños habrían experimentado, tal vez, la misma sensación que nosotros padecimos, en la década del ochenta del siglo veinte, con los enfrentamientos y asesinatos de las guerrillas y contra-guerrillas que se escenificaron en el territorio hondureño, como producto del conflicto de baja intensidad de la “Guerra Fría” generada por las dos principales superpotencias de aquel momento: La Unión Soviética y Estados Unidos. Hay que decirlo con honestidad y coraje, los hondureños y los centroamericanos en general fuimos víctimas directas e indirectas de las guerras civiles y de los enfrentamientos de “baja intensidad” entre aquellas superpotencias, que hoy por hoy parecieran ser “amigas”. Esto significa que se enfrentaron en la “zona intermedia” llamada Honduras, El Salvador y Nicaragua.
Hoy, en la actualidad, las agendas internacionales son otras, y en consecuencia los graves problemas nacionales son más o menos diferentes. Entre ellos la famosa corrupción (que se remonta a los orígenes de las civilizaciones antiguas), y que es parte de las vísceras del capitalismo global pero, sobre todo, es un fenómeno intrínseco de las entrañas lujosas del capitalismo neoliberal desregularizado, y de las oleadas actuales del neopopulismo irracional y derrochador. Un poco antes de la publicitada agenda de la neocorrupción (es un neologismo que estoy creando ahora mismo) ha estado sobre la mesa el intenso problema, también internacional, del crimen organizado que opera en todo el continente americano, incluyendo a la deshilachada Honduras. Hemos vuelto a ser un área intermedia peligrosa, como zona convergente y periférica de siempre.
Amo a Honduras, sin retóricas vacías. La amo desde las primeras imágenes del rostro sonriente y humilde de mi madre ya fallecida, y desde las formas arcaicas de hablar el castellano de mi abuela. En mi preadolescencia (y en la adolescencia misma) el amor se volvió más profundo con los poemas telúricos y elegíacos de Juan Ramón Molina, y con los textos patrióticos de Froylán Turcios. En este punto deseo sugerir la elaboración de una extraña encuesta para poder sondear quiénes en verdad aman a Honduras. Los elaboradores de esta hoja deben formular preguntas sencillas y profundas, evitando las encerronas técnicas y las preguntas maliciosas. Una encuesta de tal naturaleza podría convertirse en un imperativo moral, habida cuenta que sólo aquellos que realmente amen sin condiciones a este país, podrían estar interesados en salvarlo, enaltecerlo y desarrollarlo.