Por Segisfredo Infante
Han pasado muchos años desde que un expresidente de la República de Honduras, a quien le guardo afecto y respeto, frente a la lectura de un artículo de mi autoría sugirió que Honduras solamente se desarrollaría con la revolución de las telecomunicaciones; sobre todo, me expresó aquel caballero, cuando cada hondureño tenga en sus manos un buen teléfono móvil. Guardé silencio por el respeto y también por las fuertes dudas que tal opinión generaba en mi espíritu precautorio. Comprendí, en aquel entonces, que el amigo estaba completamente influido por el futurólogo de moda Mr. Alvin Toffler, especialmente por las conjeturas desprendidas del libro “La Tercera Ola” (1980, 2000), quien previamente había impactado al mundo de los tecnólogos, de los frívolos y de los incautos, con su ya viejo libro “El Shock del Futuro” (1970), más vinculado a la ciencia ficción que a la ciencia económica rigurosa. Hoy en día a todo este movimiento “futurístico” se le llama la “Cuarta Revolución Industrial”. Pero ya tendrán tiempo de cambiarle de nombre, una vez que se detecten nuevas vulnerabilidades como las pestes biológicas masivas; los movimientos tectónicos planetarios; y otras calamidades por el estilo. A menos que tales tecnólogos estén ansiosos por el desaparecimiento de la especie humana, a fin de que sea sustituida por máquinas “inteligentes” e insensibles: Los robots turinianos y asimovnianos.
En este punto vale la pena destacar que “poseo” (me disgusta utilizar este verbo) casi toda la obra de Alvin Toffler, y que jamás me he sentido enajenado por ella. Ni mucho menos. De hecho he preferido la obra de una especie de discípulo suyo llamado John Naisbitt, a quien conocí personalmente en San Salvador, gracias a una invitación del empresario Antonio Tavel Otero, para conocer toda la tecnología de punta digital (incluyendo la de imprenta) que estaba de moda a comienzos del presente siglo. El señor John Naisbitt me obsequió un ejemplar de su libro “Alta Tecnología y Alto Tacto” (año 2000) con mi nombre impreso y su firma particular. Su conferencia versó sobre el fino tacto con el cual deberíamos manejar las nuevas tecnologías digitales. Para empezar la charla, aquel tecnólogo humanista sugirió que todos apagáramos nuestros teléfonos celulares, por respeto a los demás y al conferencista.
Resulta que hoy en día, aquí en Honduras, casi toda la gente carga en sus bolsas un teléfono móvil de tipo celular. Incluso los campesinos que trabajan en montañas distantes buscan “la señal” para comunicarse o descomunicarse de sus parientes y sus clientes en los valles, aldeas, municipios y ciudades. Las trabajadoras domésticas también tienen celulares para hablar con sus familiares y sus novios. Los que caminan en las caravanas hacia la “Metrópoli del Norte” también llevan celulares más o menos caros. (Creo que podríamos exceptuar a los migrantes africanos que llegan casi desnudos, desde Libia hasta las costas españolas e italianas, gracias a la mal llamada “primavera árabe” y a otras auténticas calamidades africanas, paradójicas, propias de la “hipermodernidad”).
El resultado grave es que nuestro país, inundado de telecomunicaciones y de teléfonos móviles, continúa sumido en la pobreza, el desempleo y la violencia. Los vaticinios famosos de Alvin Toffler nunca se cumplen al pie de la letra. Y a veces ni siquiera remotamente, para tristeza de aquellos que desean con regocijo que toda la humanidad (especialmente la de los países pobres) quede enajenada al servicio de unas máquinas que fueron creadas por el “Hombre” mismo, pero que han sido endiosadas para distanciar o sustituir al “Espíritu” del sujeto individual y universal. Por eso creo conocer bastante la realidad interna de Honduras. He viajado por varios municipios costeños (nunca en campaña política), y por muchos pueblos del interior del país. He montado con otros pocos amigos cinco brigadas médicas multidisciplinarias, financiadas de nuestros propios bolsillos. Conozco el histórico puerto de Trujillo, un pueblo que fue destruido quince veces por piratas y bucaneros europeos, y sin embargo aquella ciudad-puerto hondureña aislada, aún sigue subsistiendo, a pesar de todos los pesares.
Si he mencionado el nombre de Alvin Toffler y de John Naisbitt, es porque considero que los escritores serios deben citar, rigurosamente, a los precursores en cualquier tema que aborden, habida cuenta que la moda actual pareciera presentar grandes “novedades” que ya han sido descubiertas e investigadas, previamente, por científicos de peso pesado, como el señor Raymond Dart y la famosa familia “Leakey”, en sus investigaciones paleoantropológicas de varias décadas con los “austrolopitécidos” del sur de África. En materia de tecnologías y futurologías (antes de Alvin Toffler y de otros actuales) serían aconsejables los nombres de Nikola Tesla, de Alan Turing y de Marshall McLuhan, para sólo mencionar tres nombres relevantes. Pero antes de todos ellos conviene subrayar que hubo otros precursores importantes. Así que muchísima prudencia con las lecturas, especialmente con aquellas que se meten en el orden escatológico.