Distanciamiento del “Hombre” real

Catarata de acontecimientos

Por: Segisfredo Infante

Por principio de cuentas las cataratas de agua dulce en la naturaleza son hermosas o simplemente bellas. Pero las cataratas de sucesos políticos, económicos y tecnológicos amontonados que se fugan hacia el vacío, tienden a cegar los ojos, a desbordarse por todas partes y a producir desorientación, pánico y confusión en el alma de la gente. No sólo en Honduras; sino en cualquier zona del mundo. No es casual que hace algunos años Antonio Navalón publicara un libro controversial titulado “Paren el mundo que me quiero enterar”, que dicho sea de paso lo comentamos, tangencialmente, en este mismo espacio.

Los acontecimientos vertiginosos aislados, o acumulados, producen una sensación de impotencia, y hasta de cierta parálisis, en el espíritu de los más inteligentes. No digamos en las almas sencillas del ciudadano más humilde. Así que no es nada fácil encontrar una estrella polar orientadora en el mundo actual. Por eso, quizás, el deseo impotente de detener el planeta para realizar dilucidaciones inclinadas hacia un extremo o hacia el otro, con el claro deseo de ejecutar deslindamientos ideológicos modélicos sobre la marcha, que vengan a inyectar una supuesta tranquilidad y confianza entre todos nosotros.

Pero las cosas, en la vida real, no son nada fáciles. Pues casi nunca se parecen a nuestros más profundos deseos de amabilidad y tranquilidad. Los sucesos de los años anteriores (y posiblemente del presente año que iniciamos) seguirán produciendo vértigos por todas partes, por aquello de las aguas torrentosas que se salen de sus cauces históricos, de una manera tan inusitada y descomunal, que de una semana a otra pareciera que todo se distorsiona y contradice. De repente hay un profundo problema de paradigmas que deben ser replanteados con suma cautela política y sobriedad teórica. De lo contrario, en vez de aportar algo sustantivo a las soluciones, los dirigentes y los teóricos se convertirán en parte del problema de la catarata desbordada que aquí estamos observando.

Se requiere, como lo hemos sugerido en tantos artículos, tomar distancia de la catarata de sucesos confusos y “hacer un alto en el camino” para meditar. René Descartes, o Renatus Cartesius (1596-1650), que se dedicaba a participar, como soldado, en las guerras modernas de Europa, abandonó las armas mortíferas para convertirse en uno de los primeros filósofos en sugerir la necesidad de detenerse a reflexionar sobre aquellas cosas que realmente le importan al ser humano pensante. Así que se refugió en una habitación (o en varias) a elaborar la filosofía y las matemáticas modernas. Tres siglos más tarde Ortega y Gasset advertía, también, sobre la necesidad de “hacer un alto en el camino”, a fin de racionalizar los acontecimientos vitales que parecían o eran irracionales. Pero en la España moderna, en el contexto de la guerra civil, las cosas se salieron de control, en cuyo caso fueron responsables directos los dos bandos principales envueltos en el vértigo de un fenómeno fratricida. También fueron responsables los ideólogos extremistas, de ambos bandos heterogéneos, que atizaron la contienda “innecesaria” desde afuera. Habría que analizar en este punto la desintegración archi-violenta de Yugoeslavia, escenificada en la década del noventa del siglo recién pasado, justamente en el marco del esplendor de las políticas triunfalistas respecto de los mercados excesivamente desregularizados.

Aristóteles enseñaba, en la Grecia Antigua, que por razones metodológicas había que desdeñar los fenómenos accidentales que parecían extenderse hasta el “infinito”, y centrarse en aquellos que ofrecían cierta constancia o regularidad que permite establecer clasificaciones, definiciones y conceptos permanentes. Había, en todo caso, que buscar la sustancia conceptual del “Ser” en tanto que “Ser”. De lo contrario se corría el riesgo de hacer imposible el conocimiento sostenido de la “Filosofía” y la “Ciencia”. De su mismo discurso se puede inferir, actualmente, que el sujeto pensante corre el riesgo de diluirse en un océano de datos y accidentes fenoménicos interminables, sean naturales o históricos; razón por la cual hay que detenerse a meditar con rigor y evitar los vértigos peligrosos que producen las cataratas obnubilantes contra los ojos y el entendimiento.

No se trata de caer, con facilismo, en los extremos ideológicos. Se trata de buscar el cauce correcto de la “Historia”. O de reencauzar los acontecimientos desbordados, que son producidos por los mismos seres humanos y que por tanto humanamente se pueden resolver. Para empezar debemos reflexionar sobre el amor democrático y desinteresado al prójimo, sin egoísmos extremos o descarnados. O, como repetía el médico y filósofo británico Henry Marsh: “Ante todo no hagas daño” a los demás. Seguidamente debiéramos compartir la idea de Guillermo González y Jay W. Richards que vivimos, a pesar de todos los pesares, en un “Planeta Privilegiado” para la “Razón”, la ciencia, la teología y tal vez el verdadero humanismo humanitario. No debemos “parar” el planeta como solicita Antonio Navalón. Debemos, por el contrario, pararnos nosotros mismos a reflexionar con sobriedad sobre los grandes paradigmas que producen el bien o que flagelan a la humanidad entera.

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