El Liverpool menos imponente de los últimos tiempos terminó ganando con oficio la final de la Champions League. Fue la sexta orejona para el club de la ciudad que se hizo mundialmente famosa por Los Beatles.
Lo de “menos imponente” no es exageración. Se impuso “apenas” 2-0 a Tottenham sin el músculo con el que había minimizado al Barcelona de Lionel Messi, con una épica remontada del 0-3 en España, sellada con un brutal 4-0 en Anfield.
Este sábado, en Madrid, los rojos que dirige el alemán Jurgen Klopp fueron más “tranquis”. Aprovecharon la chance que tuvieron y manejaron el partido. A los 30 segundos, una pelota dio en la mano de Sissoko. Fue penal y lo cobró Mohamed Salah.
Le pegó con el alma, fuerte y seco, de zurda. El egipcio dejó a atrás los fantasmas de la final de 2018, cuando no pudo terminar el choque ante el Real Madrid por una lesión.
Tottenham mostró buen fútbol
El Tottenham de Mauricio Pochettino terminó teniendo más la pelota, aunque sin la profundidad necesaria como para empatar. Recién en los últimos minutos del partido transformó en figura al arquero Becker (como para hacer olvidar a Karius, el tristemente célebre arquero de la final del ’98).
Tottenham estuvo a un acierto de llevar la final a un alargue. Pero el que acertó al final fue Divock Origi, que a los 42 puso el 2-0. La final no tuvo el brillo de otras. No fue el mejor partido. No fue el mejor Liverpool justo en la final.