La 11ª edición de la Hora del Planeta, que consiste en un apagón eléctrico mundial, recordará el sábado que reducir el consumo de luz es necesario para enfrentar el cambio climático, pero también la contaminación lumínica.
Este fenómeno no solo impide contemplar la belleza de las estrellas: desde el sueño de los hombres hasta la reproducción de las especies, la luz artificial nocturna altera los ritmos naturales.
El 80% de la Humanidad vive bajo cielos inundados de luz artificial, una cifra que se eleva al 99% en Estados Unidos y Europa occidental, donde apenas se ve ya la Vía Láctea.
El país más afectado es Singapur, donde absolutamente nadie puede ver la noche como es. Entre las 20 naciones más iluminadas, también están Argentina (número 8), Trinidad y Tobago (10), España (18) y Chile (19), según un estudio de 2016 de la Asociación Médica Estadounidense (AMA).
A la inversa, en Chad, República Centroafricana y Madagascar, las tres cuartas partes de la población experimentan noches puras.
El temor a la oscuridad
“Crecemos con el temor a la oscuridad. El desafío de las autoridades públicas es concienciar a partir de bases científicas y de la racionalidad”, afirma Diana Umpierre, presidenta de la Asociación Internacional Dark-Sky.
La señal de alarma vino primero de los astrónomos. En 1958, la ciudad estadounidense de Flagstaff restringió el uso de la luz artificial para proteger el trabajo de su Observatorio.
En los últimos 15 años, se sumaron biólogos, médicos y ONG.
“La contaminación lumínica debe ser combatida urgentemente, porque aunque puede mitigarse de forma inmediata (apagando las luces), sus consecuencias, como la pérdida de biodiversidad y cultural, no”, recuerda el estudio.
La visión del cielo estrellado fue declarada “derecho inalienable de la Humanidad” durante una conferencia en las Islas Canarias (España) en 2007, en la que participaron representantes de 26 países y la Unesco.
Los “paisajes nocturnos inspiraron civilizaciones, es nuestro patrimonio”, afirma Anne-Marie Ducroux, de la Asociación francesa por el Cielo Nocturno.
El exceso de luz perturba además la reproducción de especies, priva a las aves migratorias de su brújula (las estrellas), fatiga a los insectos, altera las migraciones de los salmones, etc.
Para el hombre, se traduce en un desarreglo del “ritmo circadiano”, basado en la alternancia vigilia-sueño, que regula nuestras funciones biológicas y hormonales.
Carrera contrarreloj
Aunque todavía no se tienen datos precisos, “algunos elementos muestran que el riesgo de enfermedades crónicas aumenta” con la contaminación lumínica, indicó la AMA en su estudio.
Por otro lado, los defensores de la bóveda celeste se alarman del consumo creciente de las bombillas de diodos LED.
“Si no nos preocupamos del color y el nivel de la iluminación, la transición (hacia las LED) podría duplicar, incluso triplicar la luminiscencia del cielo durante las noches claras”, previenen los investigadores del AMA.
Esto se debe a las ondas azules, que generan una luz muy blanca.
Mientras 10% del alumbrado público estadounidense basculó hacia esta tecnología de menor consumo energético, los militantes contra la contaminación lumínica preconizan unas LED menos azules, el empleo de pantallas y un uso limitado a las necesidades.
“Es una carrera contrarreloj”, afirma Diana Umpierre, que destaca la creciente movilización ciudadana en este sentido.
En Madrid, una petición popular pidió un estudio del impacto de las LED a la alcaldía.
En Canadá, tanto las ciudades de Quebec como Montreal optaron por utilizar LEDs “ámbar”, así como en la ciudad estadounidense de Phoenix, tras las protestas de los habitantes.