Por: Gabriela Castellanos, abogada.
De niña mi padre me tomaba de la mano y, eran aquellos turbulentos años 80, me llevaba al parque Valle, al centro de la capital, a escuchar la agradable Banda de los Supremos Poderes, que era una armonía atrayente en mis espacios emocionales en que creía que la vida era música.
Hoy sigo creyendo igual, no obstante, los supremos poderes son otros.
El eje central de una democracia debe ser la existencia de balances y poderes, así como elementos de frenos y contrapesos. Solo así es posible que un sistema político reduzca la potencial arbitrariedad en la actuación de los poderes del Estado.
En Honduras, el seno Legislativo desde hace muchos años existe una concentración de balanzas mecanizadas con miras a inclinarse a favor de los que mandan, y no del pueblo que los llevó allí con la expectativa frustrada de cambiar las estructuras podridas del poder. Por otro lado, el Congreso maneja con diestra y siniestra la mano del favoritismo una serie de mecanismos a fin de controlar al Ejecutivo.
El más incuestionable fue la intromisión directa de los nacionalistas al introducir una reforma que busca quitar autoridad del veto al Presidente de la República, para que ellos puedan interpretar también las leyes, es decir, una emboscada a estas democracias, desencadenando así una peligrosa travesía de dictaduras y tentáculos con el propósito de estrujar la justicia y evadir las graves imputaciones que enfrentan muchos de los honorables diputados.
La moción fue presentada por el presidente de la bancada del Partido Nacional, Mario Pérez, donde se pretendía reformar el artículo 218 de la Constitución, dicho artículo señala que no será necesaria la sanción ni el Ejecutivo, pues podrá poner el veto en casos y resoluciones entre las que destaca el numeral 9 que se refiere a las interpretaciones que se decreten en la carta magna.
El decreto podría interpretar todo, no solo la constitución y con esto dejaría sin el equilibrio del veto al Ejecutivo sobre temas sensibles y trascendentales. Con esta reforma, no es con la finalidad de agilizar las aprobaciones de leyes, ni evitar que el Presidente se estrese con tanto trabajo, ni que se le canse el brazo de firmar.
La intención es una cuchillada clara y artera: blindar a los representantes de la nación de ir a procesos penales, decir no a la extradición y no se podría impedir porque el Ejecutivo ya no tendría esa ecuanimidad.
Los parlamentarios podrían interpretar que el Ministerio Público no puede sustraer información con fines investigativos, en ningún caso, y claro está, en nada que huela a corrupción.
Esta reforma fue retirada a modo de buscar un mejor espacio, una mejor hora, donde las conciencias duermen y un mejor espectáculo en donde alguien con más “seso” proponga declarar heroína gastronómica a la montuca.
En esas aguas turbias de la risa y el llanto se mete esa perla y se acaba todo. En otras épocas, entre galopes de caballos y sombrerazos socialistas, el Parlamento desautorizó la facultad de aprobar el presupuesto, creando un vacío, y ya sabemos en que terminó esa orgía de codicias insaciables.
Y, el mal recuerdo nos dice, aquel ímpetu absolutista que impuso el Legislativo con sus herramientas de control hacia el organismo judicial: la elección de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia fue algo memorable y vergonzoso, lo del fiscal es mejor ni mencionarlo.
Ayer domingo recordé a mi padre y aquella banda de música sensible que yo escuchaba como un cimiento de paz en mi conciencia.