La semana pasada numerosos medios estadounidenses aseguraron que en una conversación privada Rex Tillerson, el secretario de Estado, calificó al presidente como un “imbécil”.
El ministro rechazó en una comparecencia haber hecho tal comentario, pero los principales periódicos confirmaron con fuentes la veracidad del insulto de Tillerson. Trump reaccionó y no pudo evitar atraer la polémica al retarle a un test de inteligencia.
Horas después de esas declaraciones, Trump almorzó con Tillerson y el secretario de Defensa, Jim Mattis, en la Casa Blanca, pero no ha trascendido ninguna información adicional. En el pasado, Tillerson ya había vislumbrado su desacuerdo con algunas de las prácticas del presidente.
Durante una entrevista sobre la tibia respuesta de Trump ante los incidentes violentos de Charlottesville en agosto, el secretario de Estado se distanció de la Casa Blanca al decir que “el presidente habla por sí mismo”, y no por otros departamentos del Gobierno.
La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, defendió que las frases del presidente no era más que una broma. “El presidente nunca quiso dar a entender que el secretario de Estado no es una persona brillante. Quizás debéis tener un poco más de sentido del humor”, les dijo a los periodistas. Sin embargo, los comentarios de Trump son un reflejo más del carácter impulsivo y combativo del presidente de EE UU, una persona incapaz de dejarle la última palabra a otra persona.
En los últimos meses, Trump también ha criticado o minusvalorado abiertamente a su fiscal general, Jeff Sessions, así como a decenas de adversarios políticos. El último de ellos fue un prestigioso senador republicano a quién azotó con tres tuits el pasado domingo.
(Fuente: EL País – España)