Después de atravesar Luxemburgo de norte a sur de un solo bocado, el pelotón del Tour cruzó la línea Maginot sin superar mayor resistencia que la del viento de cara y llegó por fin a Francia, donde ganó Peter Sagan, el esperado, un bárbaro del Este.
Un corredor fabuloso. Un día de sol, de prados verdes y bosques de cuento de hadas con sus castillos de chocolate. Un día de Tour como los que recuerdan los viejos que fueron niños. Un día para creer.
“No pidamos de más, no pidamos de más”, dice, antes de comenzar la etapa Patxi Vila, el navarro que dirige a Sagan en el Bora. Extraña la prudencia con la que responde a la pregunta de si en Longwy la Alta, al final de la Cuesta de las Religiosas, empinada ma non troppo, a su campeón del mundo le esperaba no solo la victoria sino el maillot amarillo de líder. Si a un corredor se le puede pedir la luna es al eslovaco, uno capaz de iniciar demasiado pronto, a casi 500 metros, el ataque final a la línea de llegada y de pensárselo, sentarse, y esperar otra vez su momento.
Y llegado este, 200 metros más allá, pierde el pedal derecho. “¿Qué narices pasa?, pensé, ¿es que no se va a acabar mi mala suerte?, ¿es que no voy a ganar?” Sagan, en realidad no piensa, sino que con calma, mientras observa por su derecha cómo su viejo rival, el campeón olímpico Van Avermaet, intenta acelerar, vuelve a encajar la cala de su suela en el Look, se pone de pie y no pierde ni un centímetro de ventaja.
Fatigosamente, pero siempre por delante de todos, termina unos segundos después su tarea lanzando con su último aliento la bici con salvaje golpe de riñones. Y después, no viste de amarillo (se queda a 13s), pero se cuelga unas gafas de motocross del cuello porque, dice, son estilosas (y el fabricante es amigo, podría haber añadido) y, no, dice enfadado con su voz ronca que asusta a los periodistas que, uno tras, otro, así es una zona mixta, repiten la pregunta, no son de buceo. “¿Por qué decís todos que son de buceo? ¿Es que no sabéis distinguir?”
Sagan nunca duda. Lo dice y se le cree. Se mueve con una seguridad desconcertante en medio de un pelotón de ciclistas que quieren dejar de dudar. Contador se muestra bullidor al comienzo de la cuesta, de 1.600m, en sus partes más duras, las que favorecen su pedalada ligera de escalador. Se asoma a los primeros, entre los muslos potentes de los que arrasarán al final, y luego se deja caer. No aguanta. No quiere cansarse de más. Porte salió dudando de la contrarreloj del sábado y es el que más muestra su inseguridad. Hasta parece que ataca en cabeza con Sagan a su rueda, lanzando al eslovaco realmente. Luego se para bruscamente, deja a Sagan solo contra el viento de cara y observa de lejos la obra maestra del campeón del mundo. Le alcanzan y superan Nairo y Froome, más ocultos, más económicos, igual de dubitativos.
En la ciudadela de Longwy la general se limpia de carbonilla y Froome ya es segundo detrás de su amigo Thomas. A un paso de un maillot amarillo que asegurará, ese es su deseo, el miércoles en la Planche des belles Filles, su subida fetiche. Allí empezará el Tour, dicen todos. Y todos temen que en realidad se acabe.
(Fuente: El País)