¿Hasta dónde llegarías para proteger a tu hija de ser llevada como esclava sexual por un líder de la pandilla? Priscilla hizo todo lo posible. Al final, ella salvó a su hija. Pero la seguridad de su familia tenía un precio alto.
Su vida en Honduras fue una vez pacífica y feliz. Priscilla y su marido dirigían una empresa familiar donde hacían repostería, jugos frescos y pasteles.
Pero entonces la mara, también conocida como pandilla, llegó al vecindario. Al principio, Priscilla no se preocupó. La pandilla los dejó solos, y sólo molestó a aquellos que estaban haciendo negocios ilegalmente.
Eso pronto cambió.
La mara empezó a acosar a los dueños de las tiendas, intimidándolos y extorsionándolos con un llamado “impuesto de guerra”. Las casas y tiendas de los dueños de negocios fueron saqueadas. Si alguien se atrevía a mostrar resistencia, eran asesinados y sus cuerpos eran arrojados al río.
La amiga y vecina de Priscilla fue una de las que se resistió a la extorsión de la pandilla. La mataron junto con sus dos hijos pequeños. La mara no muestra misericordia, ni siquiera con los niños, a quienes a menudo reclutan como informantes y espías.
Después de que su amiga fuera asesinada, Priscilla sabía que tenía que tomar medidas para proteger a su propia familia. Le dijo a la pandilla que les daría lo que quisieran si dejaban a su familia sola. Llegaron a un acuerdo, pero la paz no duró mucho.
Unos días más tarde otro vecino tuvo una discusión con la pandilla en el medio de la noche. Se dispararon tiros, y cuando llegó la policía se llevaron a la familia. La pandilla regresó al día siguiente y quemó la casa.
Priscilla rezó para que su trato con la mara se mantuviera firme, pero querían más que dinero. Estaba sola en su casa cuando entró un desconocido con una pistola. Intentó no demostrar su miedo cuando le preguntó por su hija mayor. Le dijo que la joven había sido seleccionada para convertirse en la “novia” de su jefe.
Priscilla se estremeció de terror al intentar explicar que su hija no estaba en casa y que no sabía cuándo volvería.
Esa noche, Priscilla y su marido decidieron que era necesario hacer algo urgente. Comenzaron a hacer planes para irse, pero no era tan fácil con un negocio, una casa y cuatro niños a su cuido.
Unos días después ocurrió algo que les hizo darse cuenta de que ya no podían esperar. Priscilla estaba trabajando en la panadería cuando un hombre entró y pidió agua para limpiarse. Sus manos estaban cubiertas de sangre. Cuando se puso de pie sobre su fregadero y dejó que el agua se pusiera roja, preguntó dónde estaba su hija. Priscilla dijo que no lo sabía, pero el mensaje estaba claro. Cuando el hombre se fue, llamó a su hermano. Estaba aterrorizada. “¿Estás esperando a que los maten a todos?” preguntó él, e insistió en que se fueran enseguida.
Priscilla cerró su negocio, empacó y se mudó con su familia a otro barrio de la misma ciudad. Durante un tiempo, las cosas parecían volver a la normalidad. Pero luego recibió una llamada de la policía, pidiéndole que identificara un cuerpo que había sido salvajemente torturado. Era su hermano.
No había forma de escapar de la violencia implacable que asolaba su país. Mientras caminaban a la escuela, sus hijos más pequeños quedaron atrapados en medio de un tiroteo entre dos pandillas rivales. Ella los había entrenado para esto, y ellos sabían correr y esconderse para no ser atrapados por balas perdidas. Pero cuando se escondieron, también miraron, y vieron a varias personas abatidas en medio de la calle. Cuando el esposo de Priscilla finalmente los encontró, quedaron catatónicos por el shock. Los padres sacaron a los niños de la escuela y los mantuvieron en casa.
Priscilla sintió una profunda desesperación. ¿No había lugar donde pudieran estar a salvo? Tenían poco dinero, ya que casi todo lo habían usado para pagar el “impuesto de guerra”. Pero ella sabía que sólo tenían días, u horas, antes de que la mara viniera por su hija, y ella no podría detenerlos. Ella y su esposo tomaron la dolorosa decisión de dejar todo atrás, su casa, su negocio, sus amigos y parientes, y dejar Honduras para siempre. Esa noche, gastaron todo su ahorro restante en el pasaje del autobús para ellos y sus hijos. Llegaron hasta Hidalgo, en la frontera sur de México. Un desconocido los llevó hasta la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR).
Finalmente estaban a salvo, pero la historia de Priscilla no tiene un final de cuento de hadas. El estrés extremo que había sufrido durante los últimos años resultó en un colapso nervioso al llenar sus solicitudes de asilo.
“Estaba perdida y asustada. No conocía a nadie, y me sentía como un bicho raro. Rápidamente firmé todos los papeles para que pudiéramos salir a llorar sin que nadie nos mirara”.
Su marido intentó consolarla, diciendo que todo estaría mejor ahora. Pero pasará un tiempo antes de que Priscilla y sus hijos se recuperen del horror que han vivido. Los niños también mostraron signos de estrés extremo, y sufrieron dolor de estómago, migrañas y taquicardia durante sus primeras semanas en México.
A pesar de su continua lucha, Priscilla y su familia se dan cuenta de que tienen una nueva vida por delante, y de que las cosas van a mejorar. Ellos saben que son afortunados de tenerse el uno al otro, y se están acostumbrando a la sensación desconocida de la seguridad. El personal del ACNUR en la región ha apoyado y visitado a menudo a la familia. Priscilla estaba inscrita en el programa de asistencia en efectivo del ACNUR, que ayuda a cubrir el alquiler de su diminuto apartamento y la compra de alimentos.
Y finalmente, ha llegado una buena noticia: se ha aprobado su solicitud de asilo. Ellos podrán quedarse en México, enviar a sus hijos a la escuela, y tal vez incluso iniciar su propio negocio de nuevo. Poco a poco, sus vidas están volviendo a una nueva normalidad de paz y nuevas posibilidades.
* Los nombres fueron cambiados por razones de protección.
(Fuente: ACNUR Honduras)
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